Tribuna publicada en La Voz de Galicia el 24 de marzo de 2020
No es un juego de palabras. Mucho se está hablando del declarado estado de alarma, de su oportunidad, de sus efectos inmediatos, de sus consecuencias a medio plazo. Lo importante, como casi siempre, no es cómo abordamos el presente sino cómo nos preparamos para el futuro, porque otras crisis vendrán y la actual tiene que cambiarnos de óptica si queremos que esta sociedad perviva (un nuevo capitalismo, que ya se proclama).
En el año 2014 publiqué el libro titulado "Repensando la responsabilidad sanitaria" (Atelier) donde ya anticipaba este escenario que ahora estamos viviendo, explicando que la coordinación internacional resulta fundamental para frenar el avance descontrolado de microorganismos nocivos. Sin embargo, mientras en China se desataba la crisis hace menos de tres meses que pronto saltaba a nuestra vecina Italia, los tímidos avisos de la OMS caían en saco roto.
Bien es cierto que las autoridades han aprendido a comunicar mejor que antaño (acordémonos del Prestige, las "vacas locas" o Ébola), pero no con la intensidad que se requiere en un mundo en el que los bulos y las noticias falsas se propagan con la misma rapidez que ese coronavirus, que si no ha paralizado el mundo sí ha conseguido que ahora vaya mucho más lento. Lo explicaba en mi trabajo "Posverdad sanitaria, un reto para la salud pública" (2018).
Hoy es un virus no muy patógeno pero fácilmente contagioso, pero otros vendrá con un mayor potencial dañino, porque el cambio climático y determinados mutaciones genéticas generarán nuevos peligros. Afrontar estos retos exige más coordinación internacional, mayor anticipación y, sobre todo, estar mejor preparados. Ahora nos damos cuenta de cuán importante es disponer de un sistema sanitario potente que tanto se recortó entre 2012 y 2015 aprovechando otra crisis.
La alarma del Estado, de todos los estados, no es el estado de alarma que ahora nos toca vivir, sino las experiencias que nos deparen para desarrollar una mejor capacidad de respuesta ante futuras crisis. Mayores recursos para la salud pública, para la investigación epidemiológica; mayor especialización de nuestros cuerpos y fuerza de seguridad ante las nuevas amenazas; mayor coordinación de las Administración públicas sobre todo en prevención e información.
Hace 20 años escribí un breve ensayo en el que tras recordar a Wecker cuando decía que el "ethos" del siglo XX era la responsabilidad, entendía yo que el en el presente siglo debía ser la seguridad. Aunque vivamos en una sociedad del riesgo (Beck), estas nuevas amenazas no nos pueden conducir a una incertidumbre generalizada, al miedo colectivo y a la sensación global de inseguridad. Esa es la alarma -y reto- para los Estados.
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