Cómo aprender de una desgracia que pudo convertirse en tragedia (como en Génova).
Con apenas unos días de diferencia un pantalán en Vigo se vino abajo, causando más de 400 heridos, la mayoría leves, y un puente en Génova se hundió causando casi 40 fallecidos.
Lo que antes eran imágenes típicas del tercer mundo, ahora las vemos en nuestra vieja Europa, debilitada por sus luchas internas, que impiden la anhelada cohesión, y por los efectos de una profunda crisis.
La paradoja es que en España, país de las más grandes constructoras (ACS, FCC, Sacyr), los fallos en nuestras infraestructuras empiezan a dar alarmantes señales de una decrepitud intolerable.
La obra pública subvencionada por los fondos europeos y alentada por el exhibicionismo de unos políticos con afán de notoriedad ha sido un filón para esas multinacionales del cemento y el asfalto.
Además a nadie escapa (el famoso 3% que denunció Maragall en sede Parlamentaria) que detrás de ese frenesí constructor estaba también el interés por financiar la corrupción política.
Esa combinación de intereses, alentada por una Administración Pública fraccionada y enfrentada por interés localistas, ha engendrado puertos (Punta Langosteira) o aeropuertos (Santiago) sobredimensionados.
Luego la necesidad de contener el déficit público por la crisis ha evitado seguir invirtiendo al mismo ritmo en obra nueva, pero ello no puede condicionar el adecuado mantenimiento de la obra antigua.
Cualquier propietario privado sabe que su edificación tiene que pasar cada cierto tiempo una Inspección Técnica del Edificio (ITE), obligación que con el mismo grado de exigencia no existe para las instalaciones públicas.
Es obvio que el pantalán de Vigo y el puente de Génova no pasaron unas inspecciones similares, a fin de prevenir cualquier fallo estructural, como finalmente ocurrió en ambas instalaciones.
De lo ocurrido podemos extraer varias lecciones para el futuro:
1-.Que la legislación en materia de seguridad edificatoria debe extenderse a las instalaciones públicas, con mayor motivo que las privadas, porque su uso público implica un mayor riesgo (como hemos visto).
2-.Que hay que avanzar hacia una Administración única (como predicaba sin éxito Fraga, incluso entre sus congéneres políticos) para evitar el evidente despilfarro y la descoordinación a la que estamos asistiendo.
3-.Que quizás sea necesario restringir determinados espacios públicos no adaptados para usos (como “O Marisquiño”) para el que fueron concebidas, pero sin renunciar a su organización en otros espacios.
Sin perjuicio de las responsabilidades políticas (esas que tanto cuestan asumir), las responsabilidades legales se dirimirán, seguramente tras el archivo de la causa penal, en sede administrativa.
Los perjudicados serán indemnizados, incluso doblemente si tienen pólizas de accidentes (muchos los ignoran); basta presentar la reclamación ante el Concello de Vigo cuando se recuperen de sus lesiones.
Pero hay que evitar que tragedias como esta vuelvan a ocurrir. Hace tiempo cite a Wiecker que decía que el “ethos” del siglo XX era la responsabilidad, para añadir yo que el del siglo XXI debía ser la seguridad.
Ojalá fuera así, aunque los tristes acontecimientos de este mes de agosto parecen desmentir mi deseo. Bastaría con aprender de los errores cometidos para no perseverar en ellos. Valgan estas lecciones.
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