A propósito del reportaje de El País Semanal titulado “Ruido, el enemigo sigiloso”.
No me ha gustado el reportaje, que además se presenta en la portada del último número de El País Semanal. Ya empezando por su título, como si el ruido produjera daños con sigilo. Más bien todo lo contrario. Titular que ni siquiera casa bien esa figura retórica que es el oxímoron. Un reportaje mal enfocado, que al final, siguiendo con el término, fue de mucho ruido y pocas nueces.
El ruido en un agente pernicioso que está en nuestras vidas, que forma parte de nuestra cultura. Dicen que somos el país más ruidoso del mundo, después de Japón, pero nuestro ruido nada tiene que ver con el del país del sol naciente. No es lo mismo el ruido monocorde del tráfico rodado o de los medios de transporte que el ruido estridente de nuestras fiestas, donde la pirotecnia en un ingrediente esencial.
Eso se refleja en el cine o en la literatura. Comparen el ritmo de los retratos sociales de Lost in Traslation y de Mujeres al borde un ataque de nervios, o las explosivas narraciones de Pérez Reverte (aunque sean de otra época) con la el tono de Murakami. Nunca he estado en Japón pero si muchas veces por motivos académicos en la musical Viena, y les puedo asegurar que nada tiene que ver como suenan sus cafés con los nuestros.
El ruido está regulado normativamente. Europa obliga con sus Directivas. Pero no está regulado socialmente a través del elemento de transformación más poderoso, que es la educación. No se enseña a hablar bajo, a que el argumento en tono suave es mucho más convincente que a gritos. Nuestros paradigmas sociales son las tertulias futbolísticas y del corazón donde se dan argumentos (si se pueden llamar así) a grito pelado.
El ruido que más molesta es el del ocio. El ruido de bares, pubs y discotecas, ya no digamos de los llamados “afters” con su entrada y salida descontrolada de un público que se arenga mutuamente. No se controlan esas actividades suficientemente. En ocasiones por una permisividad administrativa que enlaza con esa cultura, y en otro por una indolencia interesada para favorecer a esa “industria del ocio”.
Y es ahí donde el reportaje del El País Semanal pincha. Ni una opinión del experto legal, ni una visión de porqué la Ley contra el ruido es la ley más infringida. Ni porqué la mayoría de los ayuntamientos miran para otro lado e ignoran la posibilidad de colocar sonómetros incluso en la vía pública. Ni siquiera una referencia a la memoria de Defensor del Pueblo o sus equivalentes autonómicos para verificar la magnitud del malestar general.
Las demandas judiciales cada vez son más, por el ruido del ocio, pero también por el de instalaciones (como ascensores e aparatos de aire acondicionado), edificios mal construidos, o todos esos factores a la vez. Y las sentencias también se hacen eco –nunca mejor dicho- de que existe un problema y de que hay una solución. Ahí trabajamos un grupo de abogados llamados “Juristas contra el ruido”. Ni una cita en el reportaje; se ve que hacemos poco ruido.
Tu dirección de correo no será almacenada ni publicada.
No hay comentarios.