La crisis sanitaria y la desinformación cotidiana
Ha vuelto pasar. Después de los hilillos de plastilina a que se refería nuestro actual presidente para minimizar los vertidos del Prestige y la receta del caldo de aquella ministra para combatir el mal de las vacas locas, de nuevo se han lucido nuestros gobernantes a la hora de informar de una posible catástrofe, en este caso del contagio en España de una profesional sanitaria por el virus del ébola.
Tanto la comparecencia el lunes de la ministra de Sanidad como ayer en el Congreso de los Diputados de la directora de Salud Pública, escuetas en su contenido y sin opción a las preguntas, han producido el efecto contrario al que se le supone de informar con rigor a la opinión pública, generando así la especulación y los comentarios interesados en otras fuentes, llamémosle oficiosas.
Ya no es que nuestros responsables públicos no sepan dar la cara en los momentos en que pintan bastos, es que luego se remiten a notas de prensa que todavía acrecientan más esa sensación de desinformación. Véase la publicada ayer en la web del Ministerio de Sanidad, que prácticamente se limita a dar cuenta de la creación de una comisión de coordinación frente a la alerta internacional por el brote de ébola
¿Por qué no se creó antes, si teníamos dos hospitalizados por ese motivo en nuestro país?, ¿por qué no se hizo un seguimiento preventivo de los profesionales sanitarios en contacto con ellos?, ¿por qué se dio esa atención en un hospital denominado de media estancia que incluso carece de uci? Las preguntas serían múltiples y seguramente muchas de ellas tendrían respuestas convincentes, pero los silencios generas dudas y estas, a su vez, miedos que se retroalimentan.
El virus de la desinformación es más destructivo a nivel social que cualquier otro, como explica Max Otte en su reciente ensayo El crash de la información. Los mecanismos de la desinformación cotidiana. Pero al margen de esa opinión, lo cierto es que el tratamiento de esta posible crisis sanitaria a la luz de la norma de referencia, la Ley 33/2011, General de Salud Pública, evidencia el palmario incumplimiento de las acciones y obligaciones en materia de información pública.
Con esa sensación de opacidad y falta de transparencia informativa convive la propia idiosincrasia patria, tan receptiva al rumor, que ahora se expande de forma descontrolada gracias a Internet, dando pábulo a esas fotos del traje del personal sanitario colocado con cinta aislante, como si por ella se colase un virus que solo se transmite por los fluidos corporales. Por eso, ante la pregunta lanzada al comienzo, considero que estamos ante una evitable crisis de información. Y mejor que sea así.
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