Que no se me enfaden los vecinos de esta hermosa ciudad, antaño unida a Tui por el puente de hierro, al estilo Eiffel, y hoy además por un centro de salud, al estilo Sergas, que suple las carencias que allí sufren. Pero es que el engalanado con banderas rojas y gualdas demuestra que el tan comentado antiespañolismo de la otra orilla del Miño es una pose que desaparece tan pronto como la necesidad apremia. O quizás lo que atinadamente pretenden quienes con pasión ondean nuestra bandera es sacar sus mismos colores a los gestores sanitarios, a ver si con el gesto reaccionan.
Que no se me enfaden los vecinos de esta hermosa ciudad, antaño unida a Tui por el puente de hierro, al estilo Eiffel, y hoy además por un centro de salud, al estilo Sergas, que suple las carencias que allí sufren. Pero es que el engalanado con banderas rojas y gualdas demuestra que el tan comentado antiespañolismo de la otra orilla del Miño es una pose que desaparece tan pronto como la necesidad apremia. O quizás lo que atinadamente pretenden quienes con pasión ondean nuestra bandera es sacar sus mismos colores a los gestores sanitarios, a ver si con el gesto reaccionan.
La imagen viene a recordar esa idea de que los ciudadanos votamos más con los pies que con las manos. Es decir, que ponemos nuestro voto en aquellas urnas donde radiquen los mejores servicios públicos o la menor presión fiscal, sin que para ello importe desplazarse a otro término municipal, comunidad autónoma o incluso país. El ejemplo de las empresas gallegas que buscan suelo industrial en Portugal o subcontratas portuguesas para sus obras en Galicia es una versión moderna del antiguo acopio de toallas en el mercado de Valença o la recíproca visita a El Corte Inglés de Vigo.
Pero la sanidad es otra historia. Ya no se trata de ahorrarse unos euros, sino de salvaguardar la salud, y ahí tocamos fibras sensibles. Quizás por eso la asistencia sanitaria esté garantizada a todos los ciudadanos europeos que se desplacen por los 27 países de la Unión, además de Suiza y algún otro, sin necesidad de desplegar una bandera, sino exhibiendo la tarjeta sanitaria europea, documento que con una validez de hasta un año permite que podamos ser atendidos sanitariamente cuando nos desplazamos por razones de trabajo, estudios o turismo.
Expresamente el uso de la susodicha tarjeta está prohibido cuando el desplazamiento obedezca a recabar la asistencia que en el país de origen se rechaza o se demora. Pero a nadie escapa que la picaresca en este tema también existe, siendo el turismo sanitario una realidad arraigada, y así tenemos quienes acuden a nuestro país ya no por el reclamo de sus días de sol y sus playas, sino por sus modernos hospitales y reputados profesionales. Cobra así una nueva dimensión aquel eslogan que decía que España es diferente, en esto también. Tal es la gravedad del problema que el Gobierno español, junto con otros de países del sur de Europa, ha bloqueado la aprobación de una directiva comunitaria que legalizaría este fenómeno del turismo sanitario, y que conduce a que muchos pensionistas de los países nórdicos fijen su residencia en las cálidas latitudes de nuestras costas más meridionales en lugar de en el norte de África. El arrebato españolista de Valença es otra historia, pero con el mismo sustrato: compensar un determinado déficit asistencial a costa de los servicios sufragados con los impuestos que aquí pagamos otros.
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